Paseando una vaz más.

Luego de aquella situación en la que se encontró la mujer de cabellos rubios en relación conla presencia de la chica que luego sencillamente no estaba ahí, la shinigami concluyó que no había nada mejor que intentar de una vez por todas dirigirse a un sitio en donde la tranquilidad pudiese estar a su lado sin espantarse por las interrupciones de cualquier ser que se moviese a su alrededor irritándola y casi llevándola al colapso por la gran alteración de su humor. No podía negar que la tranquilidad tambíen hacía que ella se sintiese al borde del colapso y del coraje, porque después de todo, bien sabía que si estaba quieta sin hacer nada, su sentimiento de hastío e inutilidad se acentuaría más con el pasar de los segundos; sin embargo a pesar de todo eso, la joven sabía que no tenía muchas opciones, por lo que decidió mejor dedicarse a pasar por el rukongai con lentitud mientras trataba de reflexionar sobre su vida.

La shinigami de los cabellos largos estaba tan aburrida que quería dormirse. Así de sencillo era. No tenía nada que hacer y cuando le pasaba eso, lo mejor era que durmiese para poder dedicarse a hacer algo más productivo que estar perdida en sus pensamientos acerca de lo aburrido que era todo y de que había cometido un gran error en intentar ser algo que ni ella misma sabía bien podía ser bueno o no. Personalmente, Haruna esperaba mucho más del gotei, que sólo lecciones aburridas acerca del mundo hollow y cómo ser la milicia de la sociedad de almas. Cosas como el valor, la lealtad y el altruísmo estaban más que sobrevalorados para ella, por lo que esas charlas interminables, lo único que hacían era que ella se sintiese ofuscada y molesta; con pesar podía decir que lo único bueno de ese lugar donde le enseñaban cosas inútiles, era que podía aprender a manejar el kidoh. Quizá si no tuviese tanta flojera de practicar podría tratar de entrentenerse con algo como eso.

Todos y cada uno de sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de alguien que estaba en ese lugar. Y sí, una vez más Haruna no se había dado cuenta de que alguien había ahí hasta que se dirigió hacia ella, pues al estar tan aburrida y ocupada en quejarse, no tenía el más mínimo deseo de tratar de sentir la presencia de alguien a su alrededor. La pregunta que le hizo aquel viejo era sencilla. Quería saber si ella, la posible mujer más apática de toda la sociedad de almas, conocía un bar. Ella que odiaba todo ese tipo de cosas no pudo evitar reírse a carcajadas desde donde estaba sentada y con un tono propio de su mala actitud para con los demás dijo:

-Oye ... ¿Acaso tengo cara de ebria? ¿Si es así debo estrellar mi rostros con una roca en estos momentos- Haruna extendió sus brazos hacia atrás y miró hacia el cielo, para luego recostarse sin perder su vista- La verdad es que no conozco, y creo que es mejor así. No está bien que los shinigamis razo nos expongamos a esos peligros. Todos los bares de este lugar son de mala muerte.

La mujer de cabellos rubios no pudo evitar molestarse ante las palabras del viejo. Pensar que ella trabajaba ahí era un error que pensaba hacerle pagar con creces aunque fuese a la cárcel por ello, ya que no había nada más ofensivo que eso que el le había respondido, porque incluso ella había sido más educada. Por más de un segundo, la mujer pensó en insultarlo, pero en vez de perder su tiempo en ello decidió mejor esperar un poco más. Una vez que su ira no pudo ser contenida y se desbordó, la shinigami decidió seguirlo.

Como siempre alguien de su clase era bastante predecible. Ella podía tener complejo de gato siempre que suisera, pero él era un ser bastante grosero y muy pero muy inmundo. No le sorprendía que buscase un antro de mala muerte, pues ese era el medio del que al parecer había salido; es que el tipo ese estaba tan acostumbrado a tratar con mujeres de cuarta, que no podía reconoocer a una mujer de verdad cuando la tenía en frente. Como no quería entrar en ese lugar a buscarle pelea decidió esperarlo en un comedor que quedaba al frente del bar. No pidió nada, porque todo lo que había ahí le causaba asco, pero no pudo obviar pagarle unas monedas al camarero para que dejase de fastidiarla tanto. Una vez que el hombre salió la mujer se puso de pie y otra vez lo siguió, pues no quería armar un disturbio con tanta gente. Ya buscaría la forma de hacerle pagar su afrenta y dejarle en claro que no tenía que meterse con ella.