Seiren vs Mikuo

Se encontraba sentado sobre un lugar elevado, contemplando el paisaje. La brisa acariciaba sus cabellos. Era un día tranquilo y el sitio también lo era. Grato era cuando podía salir un poco de la rutina , además de encontrarse con lugares así, para poder dejar volar la mente y despejarse. Mientras vagaba por el mundo de los humanos, el Arrancar no pudo evitar notar la presencia de una extraña mujer de cabello negro que sólo servía como un estorbo visual. No le estaba haciendo nada, pero siempre se desesperaba con detalles tontos que bien podía dejar pasar. Dio un salto y se colocó enfrente de la mujer de una forma ágil y elegante, sin presentar problemas en el aterrizaje. –Me fastidias.- Musitó el chico.

Lo único que podía escuchar de esa mujer era un prolongado y extenuante “bla bla bla”.Sólo le decía un montón de cosas de las que ya estaba enterado. No necesitaba de que esa mujer le dijera lo que podía hacer o no. Desenfundó su…. ¿micrófono? Un micrófono, conectado a un cable que brillaba con una luz verdosa, que se hacía más incandescente con el avance de los minutos, cegando a su propio usuario. No se podía ver el lugar en el que terminaba aquel cable, como si pudiera alargarse tanto como el chico lo necesitara. El muchacho no demoró en comenzar a atacar, manifestando su primer ataque, un potente silbido, contra la mujer de cabellera negra. Esas extrañas serpientes en el aire le llamaban la atención, quizá era alguna habilidad extraña que poseía la mujer. Sin embargo eso no lo iba a hacer titubear, ni en lo más mínimo.- Si quisiera escuchar tonterías me sentaría al lado de las personas que vienen a llorar por sus seres difuntos. ¡Crescendo! – Exclamó, activando su ofensiva.

Tal como Mikuo lo había previsto antes, se estaba volviendo un cuento de nunca acabarse. Alguna tenía que ceder, esa era la única forma de que tuviera un final aquel encuentro tan pesado. Se protegió del ataque, creando un nuevo escudo. Como ella no hacía otra cosa que repetir el mismo ataque incontables veces, él iba a hacer lo mismo, generando de nuevo ese sonido ensordecedor con su reiatsu. Usando el larguísimo cable de su micrófono, que a su vez era el arma con la que había estado atacando, lanzó un nuevo ataque contra la mujer. Gracias a la extensión que ofrecía dicha arma no precisaba de acercarse, del mismo modo que ella lo hacía al disparar flechas desde lejos. Nunca se quedaba sin nada que lanzar ya que después de golpear, el instrumento regresaba a sus manos. Junto al curioso proyectil iban ondas sonoras directamente hacia la pelinegra. –Crescendo.- Dijo, desatando los efectos de su técnica una vez más. El combate no sería tan tedioso de haberse topado con un enemigo más entretenido.

-No te esperabas algo así, ¿verdad? Fue error tuyo por tomarme con tanta ligereza.- Comentó, ya que estaba casi seguro de que aquella mujer lo estaba tratando como a cualquier otro Arrancar con el que se hubiera encontrado. Debía ir entendiendo que no estaba combatiendo contra cualquiera, él era más que un simple Arrancar fácil de eliminar, a los que seguramente esa mujer estaba tan acostumbrada que no se hallaba preparada para lidiar con un problema mayor.

Observó su micrófono, enredando parte del cable en su muñeca y alistándolo para arrojarlo contra la mujer de pelo negro. Las luces verdes que se manifestaban cada vez que canalizaba su reiatsu en el arma y se hacía más potente con cada nuevo ataque. Proyectó el aparato contra la fémina, confiando en que su golpe iba a ser exitoso, o que al menos todavía estaría resentida por el ataque anterior.

Ciertamente aquello comenzaba a tornarse fastidioso para el Arrancar, ya que parecía que no importaba cuánto hiriera a esa mujer, ella iba a seguir recobrándose o defendiéndose, por eso odiaba tanto esas mierdas con poderes curativos, ya que sólo servían para extender las cosas. Respiró hondo y se dio la vuelta. Cualquiera diría que estaba loco por darle la espalda al enemigo, pero él no necesitaba ver a la mujer para golpearla con su ataque. El sonido era algo que afectaba a todo lo que estuviera a su alrededor. Si se atrevía a atacarlo, el micrófono le iba a volar parte del rostro en un impacto cruel y despiadado.

Su reiatsu volvió a manifestarse como el irritante silbido, listo para dañar a todos los enemigos que el peliverde tuviera. Esperaba que eso fuera suficiente para dejarla fuera de combate, ya que la paciencia se le agotaba. No era impaciente, pero si se desesperaba rápido cuando tenía a un oponente tan “interesante2 delante suyo.